Mario Viché
Julio de 2020
La crisis sanitaria y social que estamos viviendo a nivel global nos ha puesto, como seres humanos,
ante nuestras limitaciones pero también ante nuestras potencialidades convivenciales. Pese a la
arrogancia tecnológica de la postmodernidad, la situación de alerta profiláctica nos ha hecho volver
la mirada hacía la persona con sus contradicciones y debilidades y hacía la comunidad como un
recurso y una necesidad de apoyo mutúo, cuidado y sostenibilidad de la vida humana sobre el
planeta.
En este sentido, tanto el cuidado como respeto al entorno y a las personas con las que compartimos
espacios de convivencia como la necesidad de potenciar redes ciudadanas de solidaridad y apoyo
mutúo, se han visbilizado como fórmulas únicas para la sostenibilidad social. Las personas somos
seres vulnerables, no solo ante un virus, sinó también ante nuestras necesidades más elementales.
Nos necesitamos una a otras y, solo a través de comunidades solidarias basadas en el cuidado, somos
capaces de sobrevivir.
Otra de las realidades que nos está mostrando esta crisis global es la obsolescencia de un sistema
educativo concebido desde la lógica de una modernidad industrializada. Igualmente hemos podido
contrastar la inconsistencia de la llamada «Educación no formal» como complemento o compensación
de los itinerarios educativos marcados por el sistema escolar.
Pero, no nos engañemos. Ni el sistema educativo se ha mostrado como eliminable. Ni la educación
digital a distancia se ha manifestado como una alternativa educativa. La Educación, al contrario,
se ha reafirmado como práctica comunitaria, contextualizada y ligada a la interactividad y al intercambio
de experiencias, emociones y reflexiones críticas.
La necesidad de una Educación Sociocultural que, desde los espacios comunitarios de convivencia
e interactividad, combine acciones de análisis crítico de la realidad, creación de narrativas e identidades
solidarias, cultivo de una sensibilidad por la cultura y la persona desde todas sus dimensiones así
como el desarrollo de proyectos comunitarios de inclusión y solidaridad, es una realidad incuestionable.
En este sentido proyectos de aprendizaje colaborativo se combinan con proyectos inclusivos de
cuidados a las personas, a las colectividades y al medio ambiente y, evidentemente, con proyectos
sensibles con las diferentes culturas que conviven en nuestras comunidades sociales.
Por otra parte, el confinamiento social ha permitido la multiplicación de redes digitales de intercambio
profesional, análisis crítico y posicionamiento ante las distintas realidades que configuran la praxis
social y educativa. Ha sido un tiempo de intercambiar narrativas y experiencias, de escucha, de
reflexión, pero también de consolidación de redes personales de complicidad y profesionales de
intercambio colaborativo. En este sentido, la ciberanimación se ha mostrado como una práctica
útil para el análisis de la realidad, el contraste de puntos de vista y la creación de narrativas
comunitarias de solidaridad multicultural.
Por último, estos espacios interactivos de intercambio y reflexión crítica han visibilizado algunos
de los aspectos clave de la educación sociocomunitaria inclusiva. Hemos podido reafirmar la
importancia de una educación decolonial fundamentada en el respeto a las comunidades locales y
basada en la reflexión compartida y la relación inter personal. Hemos podido visualizar la importancia
de una educación emocional libre de las amenazas de todo tipo de acoso sexual. Hemos podido
visibilizar el racismo latente en las conductas más cotidianas así como la necesidad de una educación
multicultural, antirracista, basada en la cooperación desde la diferencia.
Y eso es así porqué otra Sociedad es necesaria y otra Educación es posible.